El territorio de la traición
Iban Zaldua
1. El cuento crece mejor en los márgenes: estoy cada día más convencido. Bueno, crece, a ver, que no se me entienda mal: si creciera de verdad, y siguiera creciendo, y creciendo, rebasaría los límites del género, dejaría de ser cuento y podría llegar a convertirse en una abominación. Incluso en, cielos, una novela. Y no es eso precisamente lo que me viene a la mente leyendo esta antología de Alfonso Hernández Catá. De ninguna de las maneras.
Quizá lo que tendría que haber dicho es que el cuento germina mejor en los márgenes.
En los márgenes, en la periferia, en las zonas fronterizas, en los cruces de caminos, en los arcenes de los cruces de caminos. En los espacios híbridos. En las naciones sin Estado, en los Estados que se asientan sobre naciones débiles.
(Es lo que tiene hablar con metáforas, algo que los cuentistas hacemos en cuanto nos ponemos a hablar del cuento. Intentaré reprimirme a partir de este momento, aunque no sé si lo conseguiré).
Si asumimos esa intuición, que no es solo mía —Rodrigo Fresán o Jhumpa Lahiri han expresado, en ocasiones, opiniones similares; vale, en realidad se la he robado a ellos…—, Alfonso Hernández Catá (1885- 1940) parecía, en ese sentido, predestinado al cuento. Un escritor cubano nacido por casualidad en España, hijo de un militar que luchó contra la independencia de la isla y de una criolla con familia de pedigrí independentista: el padre de Hernández Catá tuvo que ir a pedir la mano de la que sería su mujer a la cárcel, donde, tiempo después, fusilarían al padre de ella, que había accedido a que su hija se casara con aquel teniente coronel de la metrópoli.
Un escritor cubano que, sin embargo, más que en Cuba desarrolló su carrera literaria en España, donde publicó —con bastante éxito popular— la mayor parte de su obra. O un escritor español, contemporáneo del modernismo y de la generación del 98, que tenía pasaporte —y ejerció como diplomático— cubano.
De manera que, de cara a la posteridad, ni los españoles lo han considerado un escritor suficientemente español —para algunos nadie es suficientemente español, si se piensa bien—, ni los cubanos lo suficientemente cubano. Un escritor de ninguna parte, vamos. ¿En qué otro género iba a destacar que no fuera el breve? Sí, es cierto, también escribió algunas novelas y bastantes obras de teatro; estas últimas gozaron de cierta repercusión en su época, aunque la mayoría de ellas las escribió en colaboración con su cuñado Alberto Insúa. Pero por lo que se le conocía ya entonces era sobre todo por sus relatos; hubo quien lo denominó, un tanto pomposamente, el príncipe de los cuentos —y es de suponer que, si tenía algún «rey» en mente, en el ámbito hispanoamericano, sería Horacio Quiroga—.
De cualquier modo, no parece que dicho título ayudara a mitigar el relativo olvido en que se sumió el nombre de Hernández Catá tras su muerte. Con los cuentistas ya se sabe…