Inicio del Prólogo
Mientras llega la llamada de la selva
Hay títulos que resumen toda una vida y toda una obra, dejando en evidencia la fragilidad de los límites entre una y otra.
Cuando se menciona a Horacio Quiroga, es inevitable que salga a relucir el libro que simboliza, probablemente, su propuesta literaria y, quizás, también vital: Cuentos de amor de locura y muerte (1917). Y es que la muerte y el amor tuvieron una fuerte y trágica influencia sobre el autor, con la locura como fondo. Locura entendida como una vida siempre al margen o al borde de la cordura social imperante. Locura del hombre frente a la brutal fuerza de la naturaleza, representada con el paso del tiempo en esa selva de la Mesopotamia argentina en la que vivió y halló sus mejores temas. Y, sin diagnosticar pero latente, la locura de una existencia atormentada y vertiginosa; la de un hombre que vivió varias vidas, y fue partícipe, de un modo u otro, de la muerte de casi todo lo que lo rodeaba.
Y la muerte ahí, la muerte desde el principio, teniéndolo como testigo (seguramente inconsciente, pero encadenada a él de por vida) del momento en que su padre, que se quitó la vida por accidente, al dispararse la escopeta con la que volvía de una expedición de caza frente a un Horacio con dos meses de edad, que había ido a recibirlo en brazos de su madre.
Dicen que, de la impresión, ella dejó caer al bebé.
Eso suena a adorno superfluo, una pincelada de más en el fresco de una tragedia tan absurda que no necesitaba.