Inicio del Prólogo
Cuentos de barro se centra en la figura del indio que vive en las faldas del volcán de Izalco y, en torno a él, se despliegan todos sus temas: el desposeimiento, la violación, la honra, la venganza y, el más importante para mí, la resignación. Salvador Salazar Arrué —más conocido por su apodo, Salarrué— era criollo, pero había nacido en el departamento de Sonsonate, donde por entonces residía un treinta y cinco por ciento de la población indígena de todo El Salvador. Estos relatos habían sido publicados en periódicos y revistas locales a finales de los años veinte y principios de los treinta, y en 1933 vieron la luz reunidos en un solo volumen. Hecho a conciencia o no —el asunto no está claro—, la fecha no podía ser más significativa.
En el mismo 1931 en que había sido designado vicepresidente por el mandatario Arturo Araujo, el general Maximiliano Hernández Martínez dio un golpe de Estado a su propio Gobierno y se erigió en máxima autoridad del país. El clima social era particularmente tenso desde que el precio del café había caído por los suelos, tras el crac bursátil del 29. La región dependía fuertemente del mercado estadounidense y, al ver cómo se esfumaba su principal fuente de subsistencia, se desataron las protestas. Sonsonate fue uno de los focos de un movimiento insurreccional que reclamaba justicia social y mayor autonomía para las comunidades indígenas. El Gobierno respondió perpetrando el mayor etnocidio de la historia del país: treinta y dos mil personas asesinadas.