Ahora que casi estamos terminando con las tareas editoriales puras (tenemos un estupendo prólogo de Elena Medel, tenemos la novela editada casi definitiva, tenemos un estudio crítico fantástico de nuestro traductor, Juan Antonio Garrido Ardila, tenemos una primera maqueta del libro), llega el momento de centrarse en las tareas promocionales.
El problema (si es que se le puede llamar problema, que yo creo que no) de esta novela es que ha sido uno de los libros más leídos en EE UU en los últimos 200 años, libro de cabecera de miles de personas, comparable en importancia a La cabaña del tío Tom. Todos estos son argumentos de venta excelentes: no somos nosotros quienes decimos que esta novela merece la pena, la avalan un millón y medio de personas. Con semejante cifra, casi no debería hacernos falta promoción.
¿Cuál es el problema, entonces? Pues, precisamente, la responsabilidad que representa esa enorme masa lectora que trae la obra a sus espaldas. Ahora es nuestro turno de convencer a los lectores contemporáneos de que Charlotte Temple es tan imprescindible como los libros con los que formamos nuestro gusto lector, ya sea Moby Dick, El guardián entre el centeno o Las aventuras de Tom Sawyer, por poner sólo tres ejemplos. En el contexto actual, a pesar de todas las herramientas de comunicación que tenemos a nuestro alcance para promocionarnos, no podemos aspirar a tener un millón y medio de lectores, pero no por ello vamos a renunciar a intentarlo; al contrario, vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos para que todo el mundo sepa quién fue Charlotte Temple y para que se emocione leyendo la obra. ¿Alguna idea?