«Es usted impresionable e incansable. Es usted ansioso y deseoso; y hemos convenido en que sin escribir versos, es usted un poeta. En el Japón, en efecto, se siente usted un alma de laqueur o un artesano de zatzumas, pero ¿acaso antes en Hungría no se había usted sentido un instinto de tocador de violín?, ¿no me dijo usted una vez que había soñado con hacerse monje en Ávila?, ¿no es usted madrileño cuando le viene en gana, argentino cuando quiere y parisiense de París en todas horas y de todas maneras?…».
Rubén Darío
Prólogo a De Marsella a Tokio