Una de las cosas que más llaman la atención en las crónicas de Gómez Carrillo es ver cómo los soldados son considerados mero combustible para la guerra. Durante su recorrido por el Frente Occidental, Gómez Carrillo lamenta el trágico destino de quienes luchan y el sinsentido que es la guerra, especialmente esta, que depende más de la estrategia, de cómo se dispone a los hombres, que del arrojo o la valentía de las acciones individuales. Por ello, como vemos tantas veces en la actualidad, los hombres se ven reducidos a cifras o masas sin rostro situadas sobre un mapa, a peones cuyo único fin es ocupar terreno para evitar que lo ocupe el enemigo. Este fragmento es especialmente esclarecedor:
«¡Qué extraña cosa es una guerra científica! Los cañones no se ven, los hombres no se ven. Un hilo telefónico une a los observadores que están en sus cuevas, a pocos pasos del adversario, con las baterías de los fuertes. Y los hombres mueren, no obstante, en esas fosas que ya tienen algo de sepulturas; los hombres matan desde sus escondites; los hombres luchan sin moverse, sin verse, sin conocerse… Ayer, nada menos, un Blockhaus que los alemanes habían construido aquí cerca, y en el cual dormían doscientos soldados, recibió un obús de 120 y se convirtió en una tumba. Hoy los franceses han ocupado esa ruina, han enterrado a los muertos, y esta noche, después de reparar el techo de la caverna, dormirán ahí, sin saber si un obús les hará despertarse también en otro mundo».
Pequeñas historias de la Gran Guerra
Enrique Gómez Carrillo