Polo quería decir algo, quería sacar ajuera el ñudo que se le bía hecho en la garganta; pero no salía: era como una espina de pescado y no salía más que por los ojos.
Esta colección de cuentos brevísimos es todo lo que necesita Salarrué para arrojarnos a su mundo de valles exhaustos, cerros estragados de selva y aldeas por cuyas calles de tierra caminan los ojos tristes de los indios cuscatlecos. Entre una naturaleza que exige técnicas expresionistas para ser descrita con realismo, asoma fugaz el retrato coral de la superstición, la miseria y la humanidad más enternecedora. Bandidos arrepentidos, pescadores que se tornan asesinos, sacerdotes que no conocen la caridad, niñas que detienen riadas.
Cuentos que se graban en la mente como las huellas de los dedos en el barro, que huelen a vegetación fermentada, a tierra negra, a redes de pesca tejidas con las manos. En un universo en el que la vida sigue y no sigue, se deshace y se crea, Salarrué explora el suspiro entre lo hostil y lo bello.
«Para escribir un buen cuento hay que ser como Salarrué, crear el personaje, crear el ambiente, sentir cómo hablan los personajes, y luego mentir, mentir», Juan Rulfo.