[…] «Mientras el rico, valiente o acobardado, abandona su bienestar, su industria, sus esperanzas personales para luchar o huir, el viejo campesino, triste y grave, continúa su tarea y trabaja para el año próximo. Su granero está casi vacío, pero aunque estuviese repleto, sabe bien que, de una u otra forma, él será quien pague los gastos de la guerra. Bien sabe que este será un invierno de miserias y privaciones, ¡pero cree en la primavera! La naturaleza es siempre para él una promesa, y me ha parecido menos afectado que yo al ver morir este verano la última brizna de hierba de su prado, la última flor de su parcela. Sentí una tristeza de artista al ver morir la planta, la flor, esa sonrisa pura y sagrada de la tierra, esta humilde y perpetua fiesta de la estación de la vida.» […]