El 23 de abril de 1616 fallecían ex aequo Miguel de Cervantes y William Shakespeare, paquidermos de la literatura universal. Lo hicieron, con toda probabilidad, como homenaje préstumo del acontecimiento que vendría a suceder 266 años después en el interior del vientre de una joven de Valparaíso, Manuela Thompson.
Era 1882 y medio mundo conocido andaba a la gresca. Los zares rusos eran asesinados a pares, Egipto se hacía oficialmente British y Londres estaba a punto de conocer los primeros hits de Jack el Destripador. Un señor de Ohio con mucha imaginación fundaba la General Electric y conseguía que la electricidad pasara a través de unos filamentos en el interior de una bombilla. Claro que no lo llamó bombilla, sino globo de lámpara incandescente, y el efecto Edison era, en realidad, una emisión termoiónica.
Pero la joven Manuela Thompson, ajena a todo ello, incandescía y posteriormente daba a luz al hijo del navegante bretón Auguste Goemine. El pequeño Augusto, que más tarde tapizaría su apellido para ganar brillo en los salones europeos, llegaba al mundo un 23 de abril. Oyen bien. Un día celebrado entre rosas y posteriormente auspiciado por la Unesco. Tal-día-como-hoy, 130 años ha.
Así que no titubeen. Compren, alquilen, mercadeen, presten, roben, intercambien, trafiquen, regalen, bookcrossineen, sobornen, importen, especulen en bolsa… pero, hagan el favor, lean.
PD: ¿Qué cuál es EL libro, dicen?