Creyendo que la trinchera situada frente a la mía estaba completamente vacía, di un salto y me asomé al parapeto de los boches. ¡Plum!… Un oficial prusiano estaba ahí, rodeado por un grupo de soldados. Por instinto eché mano a mi revólver, pero al acordarme de que no estaba cargado, tuve ganas de tirarlo… Mi asistente me dijo al oído: «Apunte usted». Yo apunté. Entonces el prusiano levantó las manos, gritándome en inglés: «Don’t shoot…». Aquella frase me tranquilizó el ánimo y me hizo adquirir un gran valor… Le contesté: «A todos los mataré en el acto si no entregan sus armas». Todos entregaron sus fusiles, que mi asistente fue sacando uno por uno… Eran nueve…
Enrique Gómez Carrillo
Pequeñas historias de la Gran Guerra