Me sentía feliz cuando mi marido se marchaba sin fijarse en mí. Cuando me hacía víctima de su amor yo temblaba, lloraba, a veces mordía mis ropas para que no escuchase mis gemidos.
En el dulce calor de su salón, Clotilde recibe a una mujer. Escucha sus penas, los golpes, las llagas abiertas de los maltratos. Clotilde está cansada, pero la escucha. Como a tantas otras mujeres.
En 1926, Carmen de Burgos ofrece un relato potente, a imagen del resto de su obra narrativa y ensayística. En La confidente, su prosa ágil y fluida nos hiere como algunas de sus líneas escritas en el frente. De hecho, retrata con sinceridad a varias generaciones de mujeres, ricas, pobres, las de su tiempo. Y la desgarradora historia de su condicionamiento. En esos nueve capítulos breves se quiebra un primer silencio que ocultaba la violencia. Es un gesto magistral que, como resalta el precioso análisis de Begoña Huertas, resuena por su actualidad y revela una España arcaica y machista. Que aún es un poco la nuestra.
«Un Me Too de hace cien años». Del prólogo de Begoña Huertas.