El filibustero es una novela de muy pocas páginas, así que uno de los grandes retos a los que nos hemos enfrentado en la edición del libro ha sido la extensión. La primera idea que se barajó fue incluir ilustraciones, pero ¿a quién le íbamos a pedir el encargo y, además, gratis? Nuestra compañera, Xian Li, nos habló de una prima suya, ilustradora profesional.
Le pedimos un par de sketches que nos gustaron mucho porque tenían, precisamente, un punto de dibujo de cómic con el que queríamos llegar a un público concreto. Pero, la distancia, la lengua y la cultura iban a jugar en nuestra contra, sin mencionar que nuestra ilustradora, Chao Wang, tenía un trabajo a tiempo completo.
Cada vez que se pide un encargo a un ilustrador es necesario hacer un briefing de cada ilustración y lo ideal no es describir una escena concreta, sino una idea o impresión. Claro, esto es muy fácil en la teoría, pero cuando tienes que cruzar fronteras no solo lingüistas sino culturales, la cosa cambia.
¿Cómo le explicábamos la idea de un pirata caribeño? ¿Y la de una heroína de clase alta del siglo XVII mexicano? ¿Habría visto alguna vez edificios de la época? Pues, obviamente, no, no y no. Nuestra estrategia fue darle el mayor material posible para que pudiera tener una referencia y, por supuesto, describirle lo más detalladamente posible las escenas que, a su vez, Xian le tradujo al chino.
El resultado final ha sido un buen trabajo, quizás las ilustraciones reflejen en demasía escenas concretas del libro, pero son los riesgos que se corren en la travesía de Occidente a Oriente. Aquí tenéis algunas para ir abriendo boca. ¡Buen provecho!