Los colores de la vida y la muerte
Héctor Abad Faciolince
Los seres humanos —y especialmente los docentes de algunas disciplinas universitarias— tenemos la ilusión de que las clasificaciones nos ayudan a entender el mundo. A veces sucede lo contrario. Borges nos habla, por ejemplo, de«cierta enciclopedia china» en cuyas
«remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) queacaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas».
Pese a esta y a otras demostraciones de su graciosa inutilidad, nuestra manía taxonómica no cesa. A mí, por ejemplo, me gusta dividir a los escritores en (a) suicidas, (b) homosexuales, (c) comprometidos, (d) cuyos padres fueron asesinados, (e) que murieron demasiado jóvenes, (f) etcétera, (g) mutilados, (h) del movimiento Piedra y Cielo, (i) solterones…, (v) venezolanos… De los conjuntos anteriores, Tomás Vargas Osorio (Oiba, 1908 – Bucaramanga, 1941) cabe en las categorías (e), (g) y (h). Murió, en efecto, recién cumplidos los treinta y tres años; le amputaron una pierna en el intento de salvarle la vida; y perteneció al movimiento poético de Piedra y Cielo, al lado de otros poetas colombianos tan destacados como Eduardo Carranza, Jorge Rojas y Arturo Camacho Ramírez.
Su muerte temprana nos lleva, obviamente, a imaginar la obra que podría haber escrito si no hubiera contraído el cáncer a tan temprana edad. O a resaltar, también, lo mucho que logró en tan poco tiempo. O incluso a celebrar que no hubiera tenido una larga vida pues quizá en ella habría malogrado su evidente talento literario en la dura cantera del periodismo (llegó a ser director del diario Vanguardia Liberal de Bucaramanga) o en la demoledora y corrupta maquinaria del activismo político partidista (Vargas Osorio llegó a ser también diputado a la Asamblea de Santander y representante a la Cámara). Su condición de mutilado, ese sacrificio de una parte del cuerpo (el manco de Lepanto, el cojitranco Quevedo, el tuerto López), explica en parte la melancolía de algunos de sus textos tardíos, y sobre todo la esperanza de que al ofrecer en prenda una parte del cuerpo ocurriera una especie de postergación o incluso de resurrección, muy bien expresada en el título de su cuadernillo de versos: Regreso de la muerte. Su pertenencia al movimiento piedracielista, finalmente, nos da algunas claves de su poética y preferencias estilísticas, y quizá, incluso, algunas explicaciones del inmerecido abandono y desconocimiento público en que han caído sus versos y sus narraciones en prosa.